
25 Sep 2025
La indecisión que desgasta
Hay decisiones que nos pesan tanto por lo que implican, como por el tiempo que tardamos en tomarlas.
Durante dos meses viví atrapada en una especie de montaña rusa emocional: algunos días estaba convencida de que la opción A era la mejor, al día siguiente era la B. Y lo curioso es que podía justificar ambas con la misma claridad y coherencia.
Lo que parecía productividad (analizar pros y contras, hacer listas, revisar escenarios) en realidad era un desgaste silencioso. Porque cuando no decides, la mente no descansa.
Los límites de la razón
Estamos acostumbrados a creer que todo se resuelve con más análisis, más información, más datos. Pero llega un punto en el que la cabeza se satura y ya no ofrece más respuestas.
Por mucho que pensemos, la verdad es que los riesgos reales solo se conocen al dar el paso. Y ese salto no se puede vivir desde la teoría, sino desde la experiencia.
La pregunta más simple
Después de probar técnicas y estrategias para aclarar mi mente, hice lo más sencillo y, al mismo tiempo, lo más valiente:
le pregunté a mi corazón.
“¿Y tú, qué quieres?”
Esa pregunta cambió todo. La respuesta llegó clara, sin ruido, sin duda.
Lo que trae el corazón
Decidir desde el corazón no significa evitar el riesgo ni tener garantías. Significa sentir una calma interior, una certeza serena que no viene de la lógica, sino de la coherencia contigo misma.
Porque hay un tipo de paz que ni el mejor análisis puede dar: la paz de saber que has elegido en sintonía con lo que eres.
Una invitación
Si alguna vez te encuentras en medio de una decisión que parece no tener fin, prueba esto:
Haz silencio.
Respira.
Pregúntale a tu corazón qué quiere.
Puede que la respuesta no sea inmediata y tengas que escucharte un poco más.
Y entonces descubres que la verdadera brújula no está fuera, sino dentro de ti.